Europa en verso libre y navegación obligatoria

Hace exactamente veinte años que navego entre libros como otros lo hacen entre arrecifes, y les aseguro que pocas veces me he topado con una obra que conjugue con tanta destreza la cartografía política y el verso libre como El hilo azul: Europa en verso de Francisco Muñoz-Martín. Que conste: no es que me haya vuelto sentimental con esto de la Unión Europea —ya saben ustedes que uno es más bien escéptico con las burocracias de Bruselas—, pero cuando un libro logra que Berlín suene como un puerto de escala y que Atenas recupere su eco de ágora marítima, hay que quitarse el sombrero.

El bueno de Muñoz-Martín —psicólogo, psicoanalista y ahora poeta cartógrafo— se ha marcado una travesía de veintisiete países y veintisiete capitales que no es moco de pavo. Porque una cosa es escribir sobre España, que al fin y al cabo uno la conoce como la palma de su mano, y otra muy distinta es retratar desde Tallin hasta La Valeta sin que suene a guía turística versificada. Y aquí está el mérito del asunto: cada poema funciona como una escala necesaria, no como un puerto de conveniencia.

Me explico. Cuando leí «Ámsterdam surge del agua / como una brújula líquida / que orienta la historia / hacia la libertad», pensé: este hombre sabe de qué habla. Porque los que hemos navegado por esos canales sabemos que Ámsterdam no es solo postal, sino lección de ingeniería hidráulica y resistencia civil. Y cuando describe a Polonia como país que «camina con la frente ulcerada / y la espalda erguida», uno reconoce ahí no solo al poeta, sino al testigo de una Europa que aún se levanta de sus propias cenizas.

Ahora bien, no se crean que esto es panfleto europeísta. Muñoz-Martín tiene la elegancia de no hacer proselitismo barato. Su «hilo azul» —metáfora central del poemario— no une países como quien cose banderas, sino como quien trenza memorias. «Une los pliegues de una historia rota, / zurce la herida de mapas antiguos / con puntadas de paz y acuerdos invisibles», escribe en el poema inaugural. Y esa imagen del hilo que repara sin ocultar las cicatrices me parece de una honestidad encomiable.

¿Que si recomiendo el libro? Miren, en estos tiempos de populismos baratos y nostalgias trasnochadas, leer a alguien que se atreve a mirar Europa sin complejos ni entusiasmos impostados se agradece como agua de mayo. Además, el hombre escribe bien, que no es poco mérito cuando se trata de poesía comprometida. Porque ya saben ustedes lo fácil que es caer en la prosa rimada cuando se mezcla la lírica con la política.

Eso sí, no esperen encontrar aquí la Europa de los tecnócratas ni la de los nostálgicos del siglo XIX. Esta es la Europa de quien ha leído a Kavafis y a Milosz, a Pessoa y a Celan. Una Europa que, como escribe el autor, «no se impone por la fuerza, sino que perdura por su palabra, su música y su memoria viva».

Y ya que estamos, una reflexión de marinero viejo: en tiempos revueltos, los libros como este funcionan como faros. No porque nos digan a dónde ir, sino porque nos recuerdan desde dónde venimos. Que no es poco, en un mundo donde la desmemoria parece haberse vuelto virtud.

Nuestros colegas editores harían bien en echarle un vistazo a esta obra. Porque demuestra que se puede hacer literatura comprometida sin panfleto, y poesía política sin consigna. Que ya es hora de que dejemos de confundir el verso libre con el pensamiento libre, ¿no les parece?

Javier Pérez-Ayala